Guardaos de los hombres
"...guardaos
de los hombres...,", advirtió Jesús a Sus discípulos. El no dijo
"guardaos de los hombres malos". La advertencia también puede incluir
a los hombres buenos. En las cosas divinas, en las cosas concernientes a la
adoración de Dios," ... guardaos de los hombres .. ,", (Mat. 10: 17).
Lutero enfatizó que la religión nunca estuvo más en peligro que cuando estaba
en compañía de hombres venerados.
Idolatría
La
Biblia comienza con el registro de cómo el Creador hizo al hombre a Su propia
imagen (Gén. 1:27). Pero algo anduvo mal en esta relación criatura-Creador.
Ahora vemos a la criatura intentando conformar a Dios a su propia imagen. La
idolatría es simplemente el intento, de parte del hombre, de conformar a Dios a
su propia imagen humana. El hombre desea adorar al dios de su propia
concepción, el cual es realmente sólo una extensión de sí mismo. El Señor dice:
"...Pensabas que de cierto sería yo como tú ,,, “ Sal. 50:21. La
naturaleza humana toma las doctrinas de la Biblia y las dirige o moldea para
que se adapten a la imagen del dios que el hombre se ha fijado en su propia
mente. El ser humano tiene un impulso insaciable de proyectarse a sí mismo en
la obra de Dios y moldearla de acuerdo con sus propias ideas.
La
disposición del hombre de conformar a Dios, Sus doctrinas y Su obra a su propia
imagen, es condenada por medio del segundo mandamiento. Dios es celoso de Su
propia imagen. La obra de Dios no puede llevar la imagen y la inscripción del
hombre. Por eso, "guardaos de los hombres... ".
La conciencia y la autoridad humana
Cuando
Dios dictó la ley en el Monte Sinaí, la montaña misma fue cercada para que la
gente no llegase hasta ella. A ninguna mano humana le fue permitido tocar
siquiera el monte, y mucho menos la ley misma. Uza fue muerto cuando puso su
mano sobre el arca. Hay un lugar para la autoridad humana, sea eclesiástica,
paterna o civil, pero cuando se trata de atar y desatar la conciencia con la
ley moral y espiritual, sólo Dios puede legislar. El declara: "No añadiréis
a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los
mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno" (Deut. 4: 2). La
iglesia no está llamada a ser una legisladora, sino una embajadora (2 Cor.
5:20). Un embajador no debe imponer sus propias leyes ni siquiera expresar su
opinión propia. El representa solamente la voluntad del gobierno que lo envía.
Asimismo, Jesús encargó a Sus discípulos: “...todo lo que atéis en la tierra,
será habiendo sido atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será
habiendo sido desatado en el cielo", (Mat. 18:18, revisión de 1977,
margen).
Este
pasaje no quiere decir que el cielo ratificará cualquier cosa que los hombres
hagan en la tierra en el nombre de la iglesia. Los verbos originales del texto
griego dejan en claro que Cristo encarga a Sus discípulos que deben prohibir
solamente aquello que ya ha sido prohibido en el cielo, nada más. Ellos no
deben actuar sobre base de sus propios sentimientos u opiniones. Ellos deben
declarar simplemente lo que Cristo ha dicho. Así será cumplida la oración del
Señor: “... Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la
tierra" (Mat. 6: 10).
En
ningún hombre o grupo de hombres ha delegado Cristo la autoridad de legislar
sobre la doctrina. [1] Ninguna autoridad, diferente de Dios mismo,
debería pasar o aprobar leyes que aten o desaten la conciencia de los hombres.
Cristo dijo: “... enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado,...” (Mat. 28:20). Los discípulos debían enseñar lo que Cristo había
enseñado: aquello que El había hablado no sólo en persona sino incluyendo lo
dicho por medio de los apóstoles y profetas. La enseñanza humana queda
totalmente fuera. No hay lugar para la tradición, para las teorías y
conclusiones humanas, o para las legislaciones de la iglesia. No hay leyes
ordenadas por autoridad eclesiástica alguna que estén incluidas en el Gran
Mandato. Y los siervos de Cristo no están para enseñar ninguna de ellas.
Cuando
la Palabra de Dios está mezclada con la fe, ella traerá provecho al receptor,
pero cuando está mezclada con decretos y opiniones humanas, se vuelve como el
pan que le fue ordenado a Ezequiel que comiere. El Señor dijo al profeta:
"Y tú toma para
ti trigo, cebada, habas, lentejas, millo y avena, y ponlos en una vasija, y
hazte pan de ellos … y comerás pan de cebada cocido debajo de la ceniza; y lo
cocerás a vista de ellos al fuego de excremento humano … y dijo Jehová: Así
comerán los hijos de Israel su pan inmundo ... “Eze. 4: 9,12,13.
Lutero
declaró:
"Deseo tener las
Sagradas Escrituras puras y sin adulterar, en toda su gloria, inmaculadas del
comentario de cualquier hombre, aun de los santos, y sin estar salpicadas de
cualquier tipo de condimento terrenal. Pero ustedes [los estudiosos] son los mismos
que no han evitado las profanas pláticas sobre cosas vanas (usando las palabras
de Pablo en 1 Tim.6:20), y han deseado cubrir estos santos y divinos manjares
con brillos humanos, dándoles más sabor con especias terrenales . Y, como
Ezequiel (Eze. 4: 12), mi alma siente náuseas al tener que comer pan cocido con
estiércol humano. ¿Saben lo que significa esto?... Cuando la palabra del hombre
se agrega a la Palabra de Dios, ella sirve como un velo que cubre la verdad
pura. Peor todavía, como ya dije, es el estiércol humano con el cual se coce el
pan, tal como el Señor lo expresa figurativamente en Ezequiel." – Martín
Lutero, Answer to Latomus (Respuesta
a Latomus), Library of Christian Classics, (Filadelfia, Westminster Press, Vol.
16, págs. 344-345).
El
escritor de Hebreos hace mención especial de Moisés por haber sido fiel en los
asuntos de Dios (Heb. 3:5). Su fidelidad fue hacer exactamente lo que el Señor
le mandaba. Cuando construyó el tabernáculo, se dice repetidamente que él hizo
cada cosa "conforme a todo lo que Jehová le mandó" (Ex. 40). Moisés
no agregó especificaciones suyas, él no hizo lo que consideraba correcto en su
opinión. Hizo exactamente "conforme a todo lo que Jehová le mandó."
En
su diligencia por mantenerse así mismo fuera del alcance de la vista, y por
hacer de la voluntad de Dios lo supremo en todo, Moisés fue un modelo de Jesús.
En la vestidura del carácter perfecto de Cristo no había ni una sola hebra de invención humana. El no hizo su
voluntad, sino la voluntad de Aquel que lo envió. Estaba tan totalmente vacío
de sí mismo que sólo el Padre aparecía en Su vida. Así, la obra de Cristo
llevaba la imagen y la inscripción del mismo Dios.
La imagen de un hombre
En
Daniel 2 se presenta la historia por medio de la figura de una imagen de hombre; los reinos de este mundo eran reinos
de hombres. Ellos fueron el resultado de la ambición, genio y egoísmo humanos.
Los pies de la imagen eran una mezcla de hierro y barro, Daniel declaró:
“...mezclaránse con simiente humana...” Dan. 2:43. La Palabra de Dios se
compara con una semilla, la buena semilla del reino. La semilla de los hombres,
a manera de contraste, comprendería doctrinas y opiniones de hombres.
El
poder llamado "el cuerno pequeño" en Daniel 7 es representado como
teniendo ojos "como de hombre" (Dan. 7:8). Este poder fue formado
cuando los miembros de la iglesia de Cristo empezaron a hacer lo que era recto
en sus propias opiniones u ojos humanos. Cristo estableció una iglesia pura.
Ella tenía un gobierno y una fe puros. Pero cuando los clérigos empezaron a ver
a los problemas de gobierno de la iglesia a través de los ojos de su propio
entendimiento, gradualmente desarrollaron grados de oficios eclesiásticos y una
jerarquía de autoridad humana que condujo al papado. Cuando la sabiduría y la
teología humanas intentaron explicar el misterio de la encarnación e
impecabilidad de Jesús, el resultado fue la doctrina Católica de la Inmaculada
Concepción de María. Cuando la razón natural intentó explicar cómo un cristiano
inmaduro que no había alcanzado un estado de impecabilidad podría entrar en el
cielo, apareció la enseñanza del purgatorio. Fue una sustitución gradual, casi
imperceptible, de la revelación divina por la enseñanza humana. Como eran los
"ojos" del "cuerno pequeño", así era su "boca que
hablaba grandes cosas" (Dan. 7:20). Sus palabras, sus dogmas y decretos,
eran las doctrinas y mandamientos de hombres.
En
Apocalipsis 13 está representado el mismo poder como una bestia que tiene el
número del nombre de un hombre. Pablo lo llama "el hombre de pecado".
Todo esto demuestra que es meramente el producto de la naturaleza humana. Es
realmente la revelación suprema de la naturaleza humana existiendo en una
capacidad corporativa.
El peligro de los hombres buenos
El
sistema religioso opresivo, que es
descrito en la profecía bíblica, llegó a existir porque el profeso pueblo de
Dios no dio el debido valor y atención a la advertencia de Jesús,
"guardaos de los hombres". Fracasaremos en aprender las lecciones
necesarias a menos que nos demos cuenta que aquellos que ayudaron a formar este
sistema no eran todos hombres impíos, y artificiosos. Muchos hombres buenos
ayudaron a formar el sistema papal. Por ejemplo, Agustín (350-430 D.C.) fue el
mayor de los padres latinos. Tras una juventud tumultuosa, se convirtió al
cristianismo; luego se volvió un brillante erudito cristiano. Cuando tuvo que
defender la fe cristiana contra Pelagio, Agustín fue el hombre ideal. En cuanto
a la naturaleza del pecado, él fue un claro pensador cristiano. Los historiadores
de la iglesia enfatizan que él fue el padre espiritual de la Reforma. Uno sólo
tiene que leer a los Reformadores para reconocer que Agustín fue la cantera de
la cual ellos sacaron muchas de las piedras de la Reforma. Pero lo más
asombroso es que este mismo Agustín fue asimismo el padre de la Inquisición. El
justificaba el uso de la fuerza contra los herejes, argumentando que la
adoración obligatoria estaba implícita en el mandato del Señor, "Ve por
los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar." La obra más famosa
de Agustín, La Ciudad de Dios, le
tomó 17 años para escribirla . Ella presentaba un concepto sesudo del papel de
la iglesia en el mundo. El veía a la iglesia como la gran piedra de Daniel 2,
la cual subyugaría a Cristo a todo el mundo. La Ciudad de Dios fue el producto del santo Agustín en su mejor
época. En esta obra, su imaginación respecto a lo que la iglesia podría hacer
para Cristo alcanzó el punto más alto. Aún así, el genio mismo de la filosofía
humana de esta obra inspiró la creación del papado. Fue Agustín quien concibió
la idea de que la iglesia desarrollase un tipo de teocracia judía. El también
desarrolló la idea de que la iglesia era la custodia de un sistema infalible de
doctrina, y de que la salvación era posible sólo para aquellos que se
sometieran a su disciplina. A los ojos de este gran y buen hombre, la iglesia
sería muy bendecida y honrada si cumplía el papel delineado para ella en La Ciudad de Dios. Pero después de la
muerte de Agustín fueron sus ideas las que sobrevivieron y desempeñaron un
papel importantísimo en la creación del más opresivo sistema religioso.
La
historia sagrada justifica la advertencia del Maestro, "guardaos de los
hombres". Algunos imaginan que esto sólo significa "guardaos de los
hombres malos", pero la historia sagrada demuestra que los hombres buenos
pueden ser más peligrosos que los hombres malos. Cuando un hombre bueno moldea
la obra de Dios, nada, salvo el mal, será el resultado final. Los hombres
buenos son a menudo más peligrosos porque su influencia en los asuntos
religiosos es mayor. Piensen en el gran mal causado por Gedeón después de que
Dios lo había usado poderosamente para liberar a Israel de los Madianitas. En
vez de esperar la guía divina, empezó a planear por sí mismo. El hecho de que
fuese un hombre de gran valor, poderoso y grandemente favorecido por el Señor,
hizo aún más peligrosa su desviación de la verdad. La gente fue alejada de Dios
por el mismo hombre que una vez había destronado la idolatría de ellos.
Piensen
en Juan Calvino, el piadoso teólogo de la Reforma, de quien nadie puede negar
que fuera un hombre de fe y oración. El hecho de que él logró grandes cosas en
el servicio a Dios es un asunto de historia. Pero aún así el mismo Juan Calvino
fue el padre espiritual de algo de la intolerancia y fanatismo puritanos. En
parte, él fue responsable por el martirio de Miguel Servetus. El compañero de
Calvino, el santo (muy santo) Guillermo Farel, presidió el "rito
santo" de quemar al hereje. Este ferviente ministro cristiano, en realidad
podía inclinar su cabeza en oración pidiendo la bendición de Dios sobre el acto
abominable de quemar a un hombre que negó la ortodoxia reformada. Piensen en
Santiago y los otros líderes de Jerusalén, quienes aconsejaron a Pablo ir al
templo y participar de una ceremonia de purificación. Todo el esquema estaba
motivado políticamente. Era el producto de la naturaleza humana y trajo una
gran pérdida a la iglesia primitiva.
“...
guardaos de los hombres." La obra de Dios no debe llevar la imagen ni
inscripción humanas, no debe ser
estropeada por las ideas humanas. Aún cuando se trate de hombres buenos que
hagan lo que es mejor en su propia opinión (lo cual es lo más natural), la obra
de Dios sería moldeada a imagen de la criatura en vez de serlo a imagen del
Creador, Dios.
El
segundo mandamiento prohíbe al hombre adorar u honrar a Dios de acuerdo a la
idea humana de cómo debería honrarse a Dios. Dios debe ser adorado de acuerdo a
la idea de Él en cuanto a cómo adorarle. La reacción de Dios en cuanto a la
honra que le rinden los hombres se refleja en la respuesta de David a la idea
humana de honra. Cuando alguien afirmaba que había llevado a cabo un servicio
meritorio a David por matar al rey Saúl, cayó en la ira fatal del rey. En otra
ocasión, dos hombres trajeron, llenos de orgullo, la cabeza de Is-boset a
David, pensando en ganarse sus felicitaciones. ¡Debieron sorprenderse mucho
cuando él los mandó matar! Así mismo, los hombres traen sus ofrendas al Señor –
pero si estas ofrendas son el producto de su propia idea de la adoración a
Dios, ellas no son más aceptables de lo que fue la cabeza de Is-boset al rey
David (ver 2 Sam. 4), o la ofrenda de Caín a Dios.
La
bestia, o Anticristo, de Apocalipsis 13, es el hombre de pecado. El tiene un
nombre y un número de hombre. El pensamiento principal que deberíamos extractar
de la palabra "bestia" es que ésta es una criatura que se presenta a
sí misma como objeto de adoración, mientras que Apocalipsis 14 manda a los
hombres que adoren al Creador. El Anticristo puede combinar algunas de las
ideas más hermosas y brillantes para el mejoramiento humano, pero aún así este
sistema lleva la marca o firma de la criatura. El número del nombre de hombre
muestra dónde se origina. Lleva la imagen y la inscripción de hombre. "...
guardaos de los hombres...."
____________________
Respondiendo
a aquel
[1]
. Respondiendo
a aquellos que deseaban hacer de los decretos y normas de la iglesia artículos
de fe que ataban la conciencia, Lutero dijo:
“... nadie debería creer, ni
siquiera a la iglesia misma, cuando ella actúa o habla sin (o más allá de) lo
que dicen las palabras de Cristo. En las palabras de Cristo, todo es santo y
cierto; mientras que ir más allá de lo que las palabras de Cristo dicen es un
acto de un pobre y errado pecador, aunque no condenado por causa de Cristo, en
el cual cree.
“Deseaba decir esto refutando a
aquellos jactanciosos tercos quienes constantemente charlan sobre la iglesia,
la iglesia, la iglesia, aunque no saben qué es la iglesia ni qué es su
santidad. Ellos simplemente pasan por encima de esto y hacen a la iglesia tan
santa que Cristo tiene que volverse un mentiroso por ello robándole a sus
palabras toda validez. Contra esto, debemos volvernos gritando exultantemente:
‘Digan lo que quieran sobre la iglesia, déjenla ser tan santa como quieran,
pero Cristo aún no se volverá un mentiroso por ello.’ En su enseñanza, oración
y creencias, la iglesia confiesa que es una pecadora delante de Dios y que con
frecuencia yerra y se equivoca; pero Cristo es la verdad misma y no puede
mentir ni tampoco pecar. Por esto, en tanto la iglesia viva y hable la Palabra
de Cristo, en esa misma fe, ella es santa (como dice Pablo, 1 Cor. 7:34) y recta en espíritu. Y en cuanto ella actúe y
hable sin la Palabra y fe de Cristo, yerra y peca. Pero quien haga un artículo
de fe de la obra y palabra pecaminosa de la iglesia, difama tanto a Cristo como
a la iglesia – haciéndoles mentirosos.” – Luther’s
Works (Obras de Lutero), (Edición
Americana, Filadelfia, Muhlenberg Press San Luis, Concordia, 1955- ), vol. 34, pág. 76.
– Este editorial fue escrito por el editor anterior y aparece en Pregonero de Justicia Vol. 5 #1.
La falibilidad de los ministros
"Pero cuando
Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues
antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero
después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la
circuncisión. Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal
manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. Pero
cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a
Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como
judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar? Nosotros, judíos de
nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es
justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros
también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y
no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será
justificado." Gál. 2: 11-16.
¿Hemos
considerado, alguna vez, lo que el apóstol Pedro hizo en Antioquía? Este es un
asunto que merece seria consideración.... Los seis versículos del texto que
está ante nosotros son impresionantes por muchas razones. Son impresionantes si
consideramos la situación que describen: ¡aquí está un apóstol reprendiendo a
otro! Ellos son impresionantes cuando pensamos quiénes son los dos hombres:
¡Pablo, el más joven, reprende a Pedro, el anciano! Los versículos son también
impresionantes cuando observamos la ocasión: esta no era una falta
deslumbrante, no era un pecado escandaloso o enorme. A primera vista, ¡lo que
Pedro había cometido no era algo así! No obstante, el apóstol Pablo dice:
"… le resistí cara a cara, porque era de condenar". Y va todavía más
allá, reprueba públicamente a Pedro, por su error, delante de toda la Iglesia
de Antioquía. Y para remate, escribe un relato del asunto, el cual es leído
ahora en doscientos idiomas en todo el mundo.
Creo
firmemente que el Espíritu Santo desea que prestemos atención cuidadosa a este
texto de las Sagradas Escrituras. Si el cristianismo fuera un invento humano,
situaciones como esta no hubieran sido registradas nunca. Un impostor, como
Mahoma, hubiera echado tierra a este desacuerdo entre los dos apóstoles. El
Espíritu de verdad hizo que estos versículos fuesen escritos para nuestra
amonestación y haremos bien en prestar atención a su contenido.
Hay tres grandes lecciones que podemos sacar de este incidente de Antioquía:
I.
La primera lección es: grandes ministros
cometen grandes errores.
II.
La segunda lección es: mantener la verdad
de Cristo en Su iglesia es más importante que mantener la paz.
III. La tercera lección es: no hay otra doctrina sobre la cual deberíamos ser tan celosos como la
doctrina de la justificación por la fe, sin las obras de la ley.
I. Los grandes ministros cometen grandes errores
La
primera gran lección que aprendemos de Antioquía es que los grandes ministros cometen grandes errores.
¿Qué
prueba más clara podemos tener que lo que está colocado ante nosotros en este
texto? Pedro era, sin duda, uno de los más importantes en el grupo de los
apóstoles. Era un discípulo antiguo, un discípulo que había recibido ventajas y
privilegios peculiares. Había sido un compañero constante del Señor Jesús. Lo
había oído predicar, lo había visto realizar milagros, había disfrutado el
beneficio de Su enseñanza privada, había sido contado entre Sus amigos íntimos,
y entraba y salía con El durante todo el tiempo que El ministró sobre la
tierra. Fue el apóstol al cual le fueron entregadas las llaves del reino, y por
cuya mano fueron esas llaves usadas por
primera vez. Fue el primero que abrió la puerta de la fe para los judíos,
predicándoles el día de Pentecostés. Fue el primero que abrió la puerta de la
fe a los gentiles, yendo a la casa de Cornelio y recibiéndolo en la Iglesia.
Pedro fue el primero en levantarse en el Concilio de Hechos 15 y decir:
"Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los
discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido
llevar?" Y aquí vemos a este mismo Pedro, a este mismo apóstol, caer tan
claramente en un gran error. El apóstol Pablo nos dice "le resistí cara a
cara." Nos dice que "era de
condenar". Nos declara que Pedro "tenía miedo de los de la
circuncisión". Añade que Pedro y sus compañeros "no andaban
rectamente conforme a la verdad del evangelio". Y habla de la
"simulación" de ellos. Afirma que por esta simulación hasta Bernabé,
su antiguo compañero de trabajos misioneros, fue "también
arrastrado".
¡Qué
cosa tan impresionante! ¡Este es Pedro, Simón Pedro! Este es el tercer error de
él que el Espíritu Santo consideró que tenía la importancia de ser registrado.
Ya una vez lo encontramos intentando detener a nuestro Señor, mantenerlo tan
lejos como podía de la gran obra de la cruz, y fue severamente reprendido.
Después lo hallamos negando al Señor tres veces, y ello bajo juramento. Aquí,
nuevamente, lo vemos poniendo en peligro la preeminente verdad del evangelio de
Cristo. De cierto, podemos decir: "Señor, ¿qué es el hombre para que de él
te acuerdes?”
Todo
esto está aquí con la intención de enseñarnos que hasta los apóstoles, cuando
no están escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo, estuvieron a veces
propensos al error. Este incidente fue registrado con la intención de enseñarnos que los mejores hombres son débiles y falibles
mientras estén en el cuerpo. A menos que la gracia de Dios los detenga,
cualquiera de ellos puede extraviarse en cualquier momento. Esto es algo muy humillante, pero es muy cierto. Los verdaderos cristianos son
convertidos, justificados y santificados, son miembros vivos de Cristo, amados
hijos de Dios, y herederos de la vida eterna. Son electos, escogidos, llamados
y preservados para salvación. Tienen el Espíritu, pero no son infalibles.
¿Acaso
la posición y dignidad no confieren infalibilidad? No, ¡no la dan! No importa
como se llame: puede ser Zar, Emperador, Rey o Príncipe. Puede ser Papa o Cardenal, Arzobispo u Obispo, Deán o
Archidiácono, Sacerdote o Diácono, y aún así, es un hombre falible. Ni la corona, ni la diadema, ni el aceite de la
unción, ni la mitra, ni la imposición de manos, pueden impedir que un hombre
cometa errores.
¿Acaso
los números no confieren infalibilidad? No, ¡no la dan! Usted puede congregar
príncipes por montones y obispos por centenares, pero cuando están reunidos son
todavía susceptibles de error. Puede llamarlos concilio, asamblea, conferencia,
o como quiera... No importa, sus
conclusiones todavía serán conclusiones de hombres
falibles. La sabiduría colectiva todavía puede cometer enormes errores.
Bien dice el Artículo 21 de la Iglesia de Inglaterra [la Iglesia Anglicana]:
"Los Concilios Generales pueden errar, y a veces se han equivocado, aun en
las cosas pertenecientes a Dios".
El
ejemplo del apóstol Pedro en Antioquía es uno de esos errores que no permanecen
aislados. Es un paralelo de muchos otros casos que hallamos escritos, para nuestra enseñanza, en la Biblia. ¿Recordamos al padre de los fieles, Abraham,
siguiendo el consejo de Sara y tomando por esposa a Agar? ¿Recordamos a Aarón,
el primer sumo sacerdote, escuchando a los hijos de Israel y haciendo un
becerro de oro? ¿No recordamos a Natán, el profeta, diciéndole a David que
construya un templo? ¿No nos acordamos de Salomón, el más sabio de todos los
hombres, permitiendo que sus esposas edificasen sus lugares altos? ¿Nos olvidamos
de Asa, el buen rey de Judá, quien en vez de procurar al Señor buscó a los
médicos? ¿No recordamos a Josafat, el
rey bueno, descendiendo para ayudar al impío Acab? ¿Podemos olvidarnos de
Ezequías, otro rey bueno, recibiendo a los embajadores de Babilonia? ¿No nos
acordamos de Josías, el último de los reyes piadosos de Judá, saliendo para
luchar con el faraón? ¿Nos olvidamos, acaso, de Santiago y Juan cuando desean que caiga fuego del cielo? Estos
acontecimientos merecen ser recordados, No fueron escritos sin razón, y gritan
en voz alta: "¡No hay infalibilidad!
"….
Esta
es una lección que todos necesitamos. Todos tenemos la inclinación natural de
apoyarnos en hombres a los cuales podemos ver, en vez de hacerlo en Dios – a
Quien no vemos. En forma natural, nos encanta confiar en los ministros de la
iglesia visible, en vez de apoyarnos en el Señor Jesucristo, el Gran Pastor,
Obispo y Sumo Sacerdote, Quien es invisible. Necesitamos ser advertidos
continuamente en cuanto a esto, y permanecer prevenidos contra ello.
En
todas partes veo esta tendencia a apoyarse en el hombre. No conozco ni una sola
rama de la iglesia protestante de Cristo que no necesite ser advertida respecto
a esto. Es una trampa, por ejemplo, para el anglicano inglés hacer ídolos del
Obispo Pearson y el "Juicioso Hooker". Para el escocés presbiteriano
la trampa está en depositar su fe en Juan Knox, los Pactistas y el Dr.
Chalmers. Para los metodistas de nuestros días el lazo puede ser adorar la
memoria de Juan Wesley. Para el independiente el riesgo está en no ver ni una
falla en cualquier opinión de Owen y Dodderidge. La trampa para el bautista
está en exagerar la sabiduría de Gill, Fuller y Roberto Hall. ¡Todas estas son
trampas, y cuántos caen en ellas!
A
todos nos encanta, naturalmente, tener nuestro propio papa. Estamos muy
dispuestos a pensar que porque algún gran ministro o algún hombre erudito dice
algo, o nuestro propio pastor – a quien amamos – afirma algo, debe ser
correcto, sin examinar si está en la Biblia o no. La mayoría siente aversión a
pensar por sí mismo. Les gusta más seguir a un líder. Son como ovejas: cuando
una cae en el hoyo, el resto la sigue. Aquí en Antioquía, hasta Bernabé fue
desviado. Bien podemos imaginar a aquellos piadosos hombres diciendo: "Un
apóstol con experiencia, como Pedro, seguramente no puede estar errado.
Siguiéndolo, no nos equivocaremos".
Lecciones prácticas
Y
ahora veamos qué lecciones prácticas podemos aprender de esta parte de nuestro
asunto.
a). De una vez por todas, aprendamos a
no poner implícitamente nuestra confianza en la opinión de ningún hombre, sólo porque vivió hace muchos cientos de años. Pedro
fue un hombre que vivió en la misma época de Cristo, y aun así se equivocó. En
nuestros días hay muchos que hablan demasiado sobre "la voz de la Iglesia
Primitiva". Para ellos, nosotros tendríamos que creer que quienes vivieron
más cerca de la época de los apóstoles deben – desde luego – saber más acerca
de la verdad que nosotros. No hay base para tal opinión. Es un hecho que los
más antiguos escritores de la iglesia de Cristo están frecuentemente en
desacuerdo. Es un hecho que con frecuencia mudaban de forma de pensar y se
retractaban de sus mismas opiniones anteriores. También es una realidad que
muchas veces escribieron cosas ridículas y sin argumento, mostrando gran
ignorancia en sus explicaciones acerca de las Sagradas Escrituras. Es en vano
el esperar hallarlos libres de equívocos. La infalibilidad no se encuentra en
los primeros padres de la iglesia, sino en la Biblia.
b). Por otro lado, aprendamos a no
confiar implícitamente en la opinión de cualquier hombre sólo por su profesión como ministro. Pedro
era uno de los principales apóstoles, y aun así podía errar.
Este
es un punto en el cual los hombres se han desviado continuamente. Es la piedra
en la cual tropezó la iglesia primitiva. Los hombres se adhirieron rápidamente
al dicho siguiente: "No hagas nada contrario a la forma de pensar del
obispo". Pero – ¿qué son los obispos, los sacerdotes y los diáconos? ¿Qué
son los mejores ministros sino hombres – polvo, cenizas y barro – hombres que
tienen pasiones como las nuestras,
expuestos a tentaciones, propensos a debilidades y padecimientos? ¿Qué dice la
Biblia? "¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de
los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el
Señor". 1 Cor. 3:5. Los obispos frecuentemente han llevado la verdad rumbo
al desierto, decretando ser verdadero lo que es falso. Los mayores errores
fueron iniciados por ministros. Ofni y Finees, los hijos del sumo sacerdote,
hicieron que los hijos de Israel aborrecieran la religión. Anás y Caifás,
aunque procedían directamente de la descendencia de Aarón, crucificaron al
Señor. Arrio, el gran hereje, era ministro. Es absurdo suponer que los hombres,
porque son ordenados, no pueden
equivocarse. Debemos seguirlos en cuanto enseñen de acuerdo con la Biblia, pero
no más allá. Debemos creerles mientras digan "Así está escrito" o
"Así dice el Señor" – pero no ir con ellos ni un palmo mas allá de
esto. La infalibilidad no se encuentra en hombres ordenados, sino en la Biblia.
c). Aprendamos, además, a no poner
nuestra confianza implícita en la opinión de ningún hombre, meramente por su erudición. Pedro era un hombre que tenía dones milagrosos, y
podía hablar en lenguas. Aun así erró.
Este
es, una vez más, un punto en el cual podemos equivocarnos. Esta es la piedra en
la cual tropezaron muchos en la Edad Media. Los hombres veían a Tomás de
Aquino, Duns Scotus, Pedro Lombardo y muchos de sus compañeros como casi
inspirados. Como muestra de su admiración, les colocaron epítetos hablando de
ellos como "el doctor incomparable", "el doctor seráfico",
"el doctor irrefutable", y parecían pensar que, lo que sea que
dijeran, ¡debería ser verdad! Pero, ¿qué es el más erudito de los hombres si no
es enseñado por el Espíritu Santo? ¿Qué es el más sabio de todos los clérigos,
en su mejor expresión, sino un mero hijo de Adán, falible? El vasto
conocimiento de libros y la gran ignorancia de la verdad de Dios pueden ir juntos.
Así ha sido, así es y así será en todas las épocas. Yo me comprometería a decir
que los dos volúmenes de las "Memorias y Sermones" de Robert M'Cheyne
han hecho mayor beneficio a las almas de los hombres que cualquier obra que
Orígenes o Cipriano hayan escrito. No dudo que la obra, El Peregrino, escrita por un hombre [Juan Bunyan] que difícilmente conocería otro libro aparte de su Biblia,
y que, no sabía ni griego ni latín, mostrará en el día final haber sido más
úti1 para el beneficio del mundo que todas las obras de los hombres de letras.
Aprender es una capacidad que no debería ser despreciada. Es malo cuando los
libros no son apreciados en la Iglesia. Pero también es impresionante observar
cuán grandes pueden ser los logros intelectuales de un hombre, y aun así ver
qué poco puede saber de la gracia de Dios. No tengo dudas de que las
autoridades de Oxford en el siglo pasado sabían más hebreo, griego y latín que
Wesley, Whitefield, Berridge o Venn. Pero también sabían poco del evangelio de
Cristo. La infalibilidad no se encuentra
entre los hombres eruditos, sino en la Biblia.
d). Aprendamos, también, a no poner
nuestra confianza implícita en la opinión
de nuestro propio pastor, sin importar cuan piadoso pueda ser. Pedro era un
hombre de muchísima gracia, y aun así se equivocó.
Su
pastor puede ser realmente un hombre de Dios y digno de todo honor por su
predicación y práctica, pero no lo convierta en un papa. No equipare su palabra
con la Palabra de Dios. No lo eche a
perder por medio de lisonjas. No permita que él suponga que no pueda equivocarse. No apoye todo su peso sobre la
opinión de su pastor, o se dará cuenta – a costa de usted mismo – que él puede
errar.
Está
escrito de Joás, rey de Judá, que hizo "lo recto ante los ojos de Jehová
todos los días de Joiada el sacerdote", (2 Crón. 24:2). Joiada murió, y
con él murió la religión de Joás. Igualmente puede morir su pastor y con él la
religión de usted. La religión de él puede cambiar, y sucederá lo mismo con la
suya. Puede acontecer que se retire, y la espiritualidad de usted con él. Nunca
se sienta satisfecho con una religión edificada sobre un ser humano. No se
contente con decir "Tengo esperanza porque mi propio pastor me ha dicho
esto y esto." Procure poder decir: "Tengo esperanza porque la hallé escrita
así y así en la Palabra de Dios". Para que su paz sea sólida, debe ir por
si mismo a la fuente de toda verdad. Si quiere que su consuelo sea duradero,
debe visitar por si mismo el pozo de la vida y sacar agua fresca para su propia
alma. Los ministros pueden desviarse de la fe. La iglesia visible puede ser
disuelta, pero aquel que tiene escrita la Palabra de Dios en su corazón, tiene
una base firme debajo de sus pies, que nunca fallará. Honre a su ministro como
un embajador fiel de Cristo, téngalo en alta estima y amor por causa de la obra
que realiza, pero nunca olvide que la
infalibilidad no se encuentra en los ministros piadosos, sino en la Biblia.
Las cosas que he mencionado son dignas de tenerse en
mente y recordarse. No las olvidemos y habremos aprendido una lección de
Antioquía.
II. La verdad es más importante que la paz
Paso
ahora a la segunda lección que aprendemos de Antioquía. Esa lección es: mantener la verdad de Cristo en Su Iglesia
es más importante que mantener la paz.
Supongo
que ningún hombre conocía mejor el valor de la paz y la unidad que el apóstol
Pablo. El fue el apóstol que escribió a los corintios sobre el amor, él fue el
apóstol que dijo "Unánimes entre vosotros"; "Tened paz entre
vosotros"; "sintamos una misma cosa;" "el obispo... no
[debe ser] pendenciero;" "[hay] un cuerpo y un Espíritu, como
fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor,
una fe, un bautismo". El fue el apóstol que dijo: "a todos me he
hecho de todo, para que de todos modos salve algunos" (Rom. 12:16; 1 Tes.
5:13; Fil. 3:16; 1 Tim. 3:3; Efe. 4:4, 5; 1 Cor. 9:22). Sin embargo, ¡vean cómo
actúa aquí! Resiste a Pedro en la cara, públicamente lo reprende, corre el
riesgo de todas las consecuencias que puedan desatarse. Se arriesga a que los
enemigos de la iglesia de Antioquía se aprovechen de esto y lo usen contra la
iglesia. Sobre todo, escribe esto para que sea recordado siempre, para que
nunca sea olvidado, y para que en todo lugar donde sea predicado el evangelio,
sea conocida y leída por todos esta reprensión pública a un apóstol equivocado.
Ahora,
¿por qué hizo esto? Porque sentía pavor de la falsa doctrina, – porque sabía
que un poco de levadura fermenta toda la masa, – porque eventualmente iba a
enseñarnos que debemos contender celosamente por la verdad, y a temer más a la
pérdida de la verdad que a la pérdida de la paz.
El
ejemplo de San Pablo es uno que haríamos bien en recordar en nuestros días,
cuando muchos se conforman con cualquier cosa en religión, con tal de tener una
vida tranquila. Ellos tienen un miedo horrible de cualquier situación que
puedan llamar "controversial". Sienten espanto de lo que denominan,
en forma vaga, "espíritu partidista"– aunque nunca definen claramente
lo que es "espíritu partidista". Están poseídos de un deseo insano de
mantener la paz, y de hacer de todas las cosas algo suave y placentero, aunque
sea a expensa de la verdad. Mientras disfrutan de calma exterior, tranquilidad,
quietud y orden, parecen contentos de dejar de lado cualquier otra cosa. Creo
que ellos habrían ayudado a los príncipes de Judá cuando pusieron a Jeremías en
prisión, para acallar su boca. No tengo duda de que muchos de estos hombres de
los cuales estoy hablando, habrían pensado que Pablo fue un hombre imprudente en
Antioquía, ¡y que se excedió!
Me
parece que todas esas formas de pensar están erradas. No tenemos derecho de
esperar nada diferente que el evangelio puro de Cristo, sin mezclas ni
adulteraciones – el mismo evangelio que fue enseñado por los apóstoles – hará
bien a las almas de los hombres. Creo que para mantener esta verdad pura en la
iglesia los hombres deberían estar prontos a cualquier sacrificio, a arriesgar
la paz, a estar en peligro de disensión, a correr el riesgo de la división. No deberían tolerar más la falsa doctrina de
lo que tolerarían el pecado. Deberían ponerse en contra de cualquier
añadidura o desviación del sencillo mensaje del evangelio de Cristo.
Por
causa de la verdad, nuestro Señor Jesucristo denunció a los fariseos aunque
ellos se sentaban en la cátedra de Moisés y eran los señalados y autorizados
profesores de los hombres. “Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas", dice Jesús ocho veces en el capítulo 23 de Mateo. ¿Y quién se
atreve a sugerir cualquier sospecha de que estaba errado?
Por
la verdad, Pablo se enfrentó y culpó a Pedro, aunque era un hermano. ¿Dónde
estaba la utilidad de la unidad cuando no había doctrina pura? Y ¿quién se
atreve a decir que él estaba errado?
Por
la verdad, Atanasio se puso firme contra el mundo para mantener pura la
doctrina de la divinidad de Cristo, y sostuvo una controversia con la gran
mayoría de la iglesia profesante. Y ¿quién osará decir que estaba errado?
Debido
a la verdad, Lutero rompió la unidad de la Iglesia en la cual había nacido, denunció
al Papa y todos sus métodos, y puso el fundamento de una nueva enseñanza. Y
¿quién se atreverá a decir que Lutero estaba equivocado?
Por
la verdad, Cranmer, Ridley y Latimer, los reformadores ingleses, aconsejaron a
Enrique VIII y Eduardo VI que separasen de Roma y se arriesgasen a ver las
consecuencias de la división. Y ¿quién podrá decir que estaban errados?
Por
causa de la verdad, Whitefield y Wesley, hace cien años, denunciaron la mera
predicación moral estéril de los clérigos de su época y salieron a las
carreteras y caminos para salvar almas, sabiendo bien que iban a ser expulsados
de la comunión de la iglesia. Y ¿quién se atreverá a decir que no estaban en lo
cierto?
Sí,
paz sin verdad es falsa paz; es la misma paz del diablo. Unidad sin evangelio
es unidad sin valor; es la misma unidad del infierno. Que nunca seamos
engañados por aquellos que hablan de esto favorablemente. Recordemos las
palabras de Cristo: "No penséis que he venido para traer paz a la tierra;
no he venido para traer paz, sino espada". Mat. 10:34. Recordemos el
elogio que El da a una de las iglesias en Apocalipsis: “Yo conozco tus obras, y
tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has
probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado
mentirosos." Apoc. 2:2. No olvidemos la acusación que hace contra otra:
“... toleras que esa mujer Jezabel,... enseñe." Apoc. 2:20. Nunca seamos
culpables de sacrificar cualquier porción de la verdad sobre el altar de la paz. En vez de eso, seamos
como los judíos, quienes, si encontraban alguna copia manuscrita del Antiguo
Testamento que estaba incorrecta en una sola letra, la quemaban en su
totalidad, en vez de correr el riesgo de perder una jota o una tilde de la
Palabra de Dios. No nos contentemos con nada que sea menos que el evangelio de
Cristo en su totalidad.
El uso práctico
¿En
qué forma utilizaremos en la práctica los principios generales que acabo de
darles? Dejo con mis lectores un simple consejo, el cual creo que merece seria
consideración.
Advierto a cada uno que ama su alma que sea celoso en cuanto a la predicación que oye
regularmente, y en cuanto al lugar de adoración al cual generalmente va. Aquel
que deliberadamente se coloca a sí mismo bajo la influencia de cualquier ministro
que no tiene sana doctrina es un hombre muy poco sabio. Yo nunca dudaría en
decir lo que pienso a este respecto. Sé muy bien que muchos piensan que es
escandaloso el que un hombre deje su iglesia. No puedo concordar con ellos. Yo
trazo una gran distinción entre la enseñanza que es defectuosa y la que es completamente falsa, entre una doctrina
errada y aquella que es totalmente antibíblica. Pero creo también que si la
falsa doctrina se enseña inconfundiblemente en una iglesia, el miembro de la
misma que ama su alma será muy acertado
en su decisión de no asistir más allá. Oír enseñanza antibíblica durante 52
domingos cada año es algo muy serio, es como un continuo y lento gotear de
veneno, que va directamente a la mente. Pienso que es casi imposible para una
persona someterse voluntariamente a esto y salir sin sufrir daño. Veo que en el
Nuevo Testamento se nos dice claramente "Examinadlo todo," y
"retened lo bueno", (1 Tes. 5:21). También observo que en el libro de
Proverbios se nos manda cesar de oír las "enseñanzas que te hacen divagar
de las razones de sabiduría", (Prov. 19:27). Si estas palabras no
justifican el que alguien deje de adorar en una determinada iglesia, en la que
se predica abiertamente la falsa doctrina, no sé qué otras palabras lo justificarían.
¿Desea
alguien decir que asistir a la iglesia de su parroquia es algo absolutamente
necesario para la salvación de un inglés? Si existe esa persona, déjenlo hablar
en voz alta y que nos dé su nombre. ¿Quiere alguien decirnos que ir a la iglesia
de su parroquia salvará el alma de cualquiera si muere inconverso e ignorante
respecto a Cristo? Si existe tal persona, déjenlo hablar en voz alta y que nos
dé su nombre. ¿Desea alguien argumentar que ir a la iglesia de su parroquia
dará al hombre algún conocimiento sobre Cristo, la conversión, la fe, o el
arrepentimiento, si estos asuntos son difícilmente nombrados en esa iglesia y
nunca son explicados adecuadamente? Si existe tal individuo, déjenlo hablar en
voz alta y que nos dé su nombre. ¿Se atreve alguien a decir que una persona que
se arrepiente, cree en Cristo, es convertido y santo, perderá su alma porque ha
dejado su iglesia parroquial y ha aprendido sobre espiritualidad en otra parte?
Si está aquí tal persona, que se manifieste y se identifique. Por mi parte,
aborrezco tales ideas monstruosas y extravagantes. No veo ni un ápice de base
para ellas en la Palabra de Dios. Confío en que el número de los que
deliberadamente sostienen esas ideas sea muy pequeño....
Hay
muchas iglesias en Inglaterra donde la enseñanza es apenas un poco más elevada
que la del Papado ¿Deberían los laicos de dichas parroquias quedarse
tranquilos, estar contentos y tomarlo
tranquilamente? No, no, deberían . Y ¿Porqué? Porque, como San Pablo, ellos
deben preferir la verdad a la paz.
Hay
no pocas parroquias en Inglaterra en las que la enseñanza religiosa es solo poco mejor que la moralidad, donde las
doctrinas distintivas del Cristianismo nunca son proclamadas claramente.
Platón, Séneca, Confucio o Socinio habrían enseñado casi lo mismo. ¿Deben los
miembros de dichas iglesias sentarse con calma, conformarse, y tomar todo esto
tranquilamente? Creo que no. ¿Por qué? Porque, como Pablo, deben dar más
importancia a la verdad que a la paz.
Sé
que estoy usando un lenguaje fuerte para tratar esta parte de mi tema. Sé que
estoy cavando en suelo delicado. Estoy tratando temas que generalmente no se
tocan y se pasan por alto, lo sé. Digo lo que afirmo partiendo de un sentido de
responsabilidad para con la Iglesia de la cual soy ministro. Creo que el estado
de nuestra época y la posición de los laicos en algunos lugares de Inglaterra exigen que se hable claro. Las
almas se están perdiendo – en la ignorancia – en muchas iglesias locales.
Miembros honestos de la Iglesia Anglicana, en muchos lugares , están perplejos
y sienten repugnancia. Este no es un
tiempo para palabras suaves. No soy ignorante de aquellas expresiones mágicas
como "el sistema parroquial," "orden," "división",
"cisma," "unidad," "controversia," y términos semejantes. Conozco la apretadora
y paralizante influencia que parecen ejercer sobre algunas mentes. También he
considerado aquellas expresiones con calma y deliberadamente, y estoy preparado
para expresar mi pensamiento sobre cada una de ellas.
a). El
sistema parroquial de Inglaterra es algo, en teoría, admirable. Con solo
ser bien administrado y operado por ministros verdaderamente espirituales, se
calcula que puede traer sobre la nación las más grandes bendiciones. Pero es
inútil esperar lealtad a la iglesia local cuando el ministro es ignorante del
evangelio o amante del mundo. En tal caso no deberíamos estar sorprendidos si
los hombres abandonan su iglesia local y procuran la verdad donde pueda
hallarse. Si el ministro no predica el evangelio ni lo vive, las condiciones en
base a las cuales llama la atención de los miembros son virtualmente violadas y
no será atendida su exigencia de ser oído por ellos. Es absurdo esperar que el
jefe de familia ponga en peligro las almas de sus hijos, así como la de él
mismo, sólo por causa del "orden parroquial". En la Biblia no hay
mención de parroquias y no tenemos derecho a exigir a los hombres que vivan y
mueran en la ignorancia para que puedan exclamar al final, "siempre asistí
a la iglesia de mi parroquia".
b). Las
divisiones y separaciones son objetables en la religión. Debilitan la causa del verdadero cristianismo. Dan
ocasión, a los enemigos de la piedad, para blasfemar. Pero, antes que culpemos
a alguien por las divisiones, tengamos cuidado de poner la culpa en aquellos que la merecen. La falsa
doctrina y la herejía son aún peores que el cisma. Si las personas se separan a
sí mismas de la enseñanza que es indudablemente falsa y antibíblica deberían
ser elogiadas en vez de reprobadas. En tales casos la separación es una virtud
y no un pecado. Es fácil decir palabras despreciativas como: "salieron
porque tienen ‘comezón de oír,’" ó "El entusiasmo aman más que la
iglesia." No es tan fácil convencer a quien simplemente lee la Biblia que
es su deber oír falsa doctrina cada domingo, cuando con un poco de esfuerzo
puede escuchar la verdad. Nunca se debe olvidar el viejo dicho : "Es
cismático quien causa el cisma".
c). La
unidad, la quietud, y el orden entre los cristianos profesos son poderosas
bendiciones. Ellas dan fortaleza, belleza y eficiencia a la causa de Cristo;
pero hasta el oro puede ser comprado por un precio demasiado alto. La unidad
que se obtiene por medio del sacrificio de la verdad no vale nada. No es esa la
unidad que agrada a Dios. La Iglesia Romana se jacta en alta voz de una unidad
que no merece ese nombre, porque es una unidad lograda privando a la gente de
la Biblia, amordazando el juicio individual, fomentando la ignorancia,
prohibiendo a los hombres pensar por sí mismos. Como los guerreros exterminadores
de la antigüedad, "crean una soledad y la llaman paz". Hay calma y
tranquilidad suficientes en la tumba, pero esta no es una quietud saludable sino de muerte. Fueron los falsos profetas quienes
gritaron "Paz", cuando no había paz.
d). La
controversia, en religión, es algo odioso. Ya es bastante difícil enfrentar
al diablo, el mundo y la carne sin discrepancias privadas en nuestro propio
campo. Pero hay una cosa que es peor que la controversia, y esa es la falsa
doctrina tolerada, admitida y permitida sin protestar o incomodar. Fue la
controversia la que ganó la batalla de la Reforma Protestante. ¡Si fueran
correctos los puntos de vista que algunos defienden es claro que nunca
debiéramos haber tenido una Reforma! ¡Por conservar la paz, deberíamos haber continuado
adorando a la Virgen e inclinándonos delante de las imágenes y reliquias hasta
el día de hoy! ¡Fuera con tales sentimientos! Hay ocasiones cuando la
controversia no es sólo un deber sino un beneficio también. Prefiero que me den
el trueno poderoso en vez de la pestilente malaria . Esta se mueve en la
oscuridad, envenenándonos en silencio y nunca estamos seguros. Aquel nos asusta
y alarma por un poco de tiempo, pero pronto pasa dejando el aire limpio. Es un
deber totalmente bíblico contender "ardientemente por la fe que ha sido
una vez dada a los santos," (Jud. 3).
Estoy
muy consciente de que las cosas que he dicho son extremadamente desagradables
para muchas mentes. Creo que muchos están contentos con una enseñanza que no es
la verdad plena y se imaginan que "todo será igual" al final de todo.
Lo siento por ellos. Estoy convencido de que nada, a no ser la verdad plena,
puede como regla general, hacer bien a las almas. También es mi convicción que
aquellos que voluntariamente aceptan cualquier cosa inferior a la totalidad de
la verdad hallaran al final que sus almas han recibido demasiado daño; que han
sido muy perjudicados. Hay tres cosas con las que los hombres nunca deberían
jugar: un poco de veneno, un poco de doctrina falsa y un poco de pecado....
Presento
estas cosas ante los lectores de esta publicación y los invito a prestarles
mucha atención. Les encargo que no olviden nunca que la verdad es mucho más
importante para la Iglesia que la paz. Les encomiendo estar prontos a aplicar
estos principios que he delineado y que contiendan celosamente, si es
necesario, por la verdad. Si hacemos esto, habremos aprendido algo de
Antioquía.
III. Sed celosos por la doctrina de la justificación por la fe
Paso
ahora a la tercera lección de Antioquía. Esa lección es: no hay otra doctrina sobre la cual deberíamos ser tan celosos como la
doctrina de la justificación por la fe, sin las obras de la ley.
La
prueba de esta lección aparece prominentemente en el texto de la Biblia que
encabeza este estudio. ¿Qué artículo de fe había negado Pedro en Antioquía?
Ninguno. ¿Qué doctrina falsa había predicado públicamente? Ninguna. Entonces,
¿qué era lo que había hecho? Había hecho lo siguiente: Después de haber estado
en compañía de los creyentes gentiles como "coherederos y miembros del
mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del
evangelio" (Efe. 3:6), de repente comenzó a espantarse de ellos y a
hacerse a un lado. Parecía pensar que ellos eran menos santos y aceptables ante
Dios que los judíos circuncidados. Daba la impresión de querer decir que los
creyentes gentiles se hallaban en un grado de espiritualidad más bajo que
aquellos que habían guardado las ceremonias de la ley de Moisés. En resumen,
parecía agregar algo a la fe simple para dar al hombre aceptación por
Jesucristo. Daba la impresión de responder a la pregunta “¿Qué debo hacer para
ser salvo?” no meramente con “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y
tu casa”, sino con la expresión “Cree en el Señor Jesucristo, y sé circuncidado y guarda las
ceremonias de la ley.”
El
apóstol Pablo no iba a tolerar ni un momento una conducta como esta. Nada lo
conmovía más que la idea de agregar algo al evangelio de Cristo. "Le
resistí", dice, "cara a cara". El no sólo le reprendió, sino que
registró el incidente en su totalidad cuando, por inspiración del Espíritu
Santo, escribió la Epístola a los Gálatas.
Les
invito a que presten especial atención en este punto. Pido a los
hombres que observen el celo notable que el apóstol Pablo muestra respecto de
esta doctrina, y que consideren el punto por el cual fue creado un debate.
Notemos en este pasaje de las Sagradas Escrituras la importancia inmensa de la
justificación por la fe sin las obras de la ley. Aprendamos aquí cuáles fueron las
poderosas razones que los reformadores de la Iglesia Anglicana tuvieron para
denominar esta doctrina en nuestro
Artículo Decimoprimero, "la doctrina más saludable y más llena de
consuelo".
a). Esta es una doctrina que es esencialmente necesaria para nuestro
consuelo personal. Nadie en la tierra es un hijo de Dios real y un alma
salva hasta no ver y recibir la salvación por la fe en Cristo Jesús. Nadie
tendrá jamás una paz sólida y una seguridad verdadera hasta que abrace con todo
su corazón la doctrina por la cual "somos tenidos por justos en base a los
méritos de nuestro Señor Jesucristo, por la fe, y no por nuestras propias obras
y merecimientos." Una razón, creo yo, por la cual tantos profesos
cristianos en nuestros días están perturbados, disfrutan de poca tranquilidad y
sienten poca paz, es su ignorancia en este punto. Ellos no ven claramente la
justificación por la fe sin las obras de la ley.
b). Esta es la doctrina que el gran enemigo del alma odia y trabaja para
trastornar. El sabe que ella revolucionó al mundo en el comienzo mismo del
evangelio, en los días de los apóstoles. Sabe que ella volvió a hacerlo de
nuevo en los días de la Reforma, y por eso está siempre tentando a los hombres
para rechazarla. Está siempre buscando seducir a las iglesias y ministros a
negar u oscurecer la verdad de esta doctrina. No sorprende, entonces, que el
Concilio de Trento haya dirigido su ataque principal contra esta doctrina y la
haya declarado maldita y hereje. Tampoco causa sobresalto que muchos que piensan
de sí mismos como eruditos denuncien en nuestros días esta doctrina como
jerigonza teológica, y afirmen que "todas las personas de buena fe"
son justificadas por Cristo, ¡bien sea que tengan fe o no! En verdad la
doctrina de la justificación es toda hiel y ajenjo para los corazones
incrédulos. Ella satisface las necesidades del alma que ha sido despertada.
Pero el hombre orgulloso que no se humilla, ni reconoce su propio pecado, ni ve
su propia debilidad no puede recibir la verdad de esta doctrina.
c). La
ausencia de esta doctrina da razón por la mitad de los errores de la Iglesia
Católica Romana. La base de la mitad de los errores antibíblicos de los
papistas puede hallarse en su rechazo de la justificación por la fe. Ningún
maestro romanista, si es fiel a su iglesia, puede decir al pecador ansioso
"Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo". No puede hacerlo sin adiciones y explicaciones, las cuales
destruyen completamente las buenas nuevas. No se atreve a dar la medicina del
evangelio sin agregar algo que destruya su eficacia y neutralice su poder. El
purgatorio, la penitencia, la absolución sacerdotal, la intercesión de los
santos, la adoración de la Virgen y muchos otros servicios humanos del papismo,
provienen todos de esta fuente. Todos son soportes podridos para sostener
conciencias cansadas. Pero con la negación de la justificación por la fe todos
son colocados como necesarios.
d). Esta doctrina es absolutamente esencial para el éxito de un ministro entre su gente. La
falta de claridad en este punto daña
todo. La ausencia de afirmaciones claras sobre la justificación impedirá que el
celo máximo logre hacer algún bien. Puede haber mucho de agradable y lindo en
los sermones de un ministro, mucho sobre Cristo y la unión sacramental con El,
mucho sobre la negación de sí mismo, mucho sobre la humildad, mucho sobre el
amor – pero todo esto será de poco provecho si su trompeta da un sonido
incierto sobre la justificación por la fe sin las obras de la ley.
e). Esta doctrina es
absolutamente esencial para la prosperidad de una iglesia. Ninguna iglesia
en la cual no sea expuesta claramente esta doctrina, será saludable. Una
iglesia puede tener buena organización, ordenar continuamente ministros, y
ministrar los sacramentos adecuadamente, pero no verá que la conversión de
almas suceda bajo sus púlpitos cuando esta doctrina no es predicada plenamente.
Pueden hallarse sus escuelas en cada parroquia, sus templos pueden ser
impresionantes a la vista , pero no habrá bendición de Dios sobre dicha iglesia
a menos que la justificación por la fe sea proclamada desde sus púlpitos. Tarde
o temprano su candelero será quitado de su lugar....
Si
eso es así, Pablo puede muy bien ser
celoso y resistir a Pedro cara a cara. El puede muy bien sostener la idea de
que todo debería ser sacrificado en vez de poner en peligro la doctrina de la
justificación en la iglesia de Cristo. Vio las cosas futuras con ojo profético
y nos dejó un ejemplo que haríamos bien en seguir. No importando lo que
toleremos, no permitamos que se haga ningún
daño a esta bendita doctrina, que somos justificados por la fe sin las obras de
la ley.
Estemos
siempre prevenidos contra cualquier enseñanza que, directa o indirectamente,
quite brillo a la justificación por la fe. Todos los sistemas religiosos que ponen
algo diferente a la fe simple, entre Jesús y el cargadísimo pecador, son
peligrosos y antibíblicos. Todos los sistemas que rediseñan la fe para ser algo
complicado, algo que no es simple, algo diferente a una dependencia como la de
un niño, algo distinto al sentimiento de una mano que recibe la medicina para
el alma de parte del médico, son sistemas venenosos e inseguros. Todos los
sistemas que desacreditan la simple doctrina protestante que derrotó el poder
de Roma, llevan consigo la mancha de una plaga y son peligrosos para las
almas....
Cuando
oigamos enseñanzas que obnubilen o contradigan la doctrina de la justificación
por la fe, podemos estar seguros que falta una pieza en algún sitio. Deberíamos
estar vigilantes contra una enseñanza tal y estar en guardia. Una vez que la
persona se equivoca en cuanto a la justificación, se despide asimismo de seguridad, paz, esperanza viva y a cualquier cosa parecida a la certeza en su
cristianismo. Un error en esto es como tener un gusano en la raíz.
En conclusión
1. En conclusión, permítanme
inicialmente pedir a cada uno que lee esta publicación, que se arme a sí mismo
con un conocimiento cabal de la Palabra
de Dios escrita. A menos que hagamos esto, estamos a merced de cualquier
maestro falso, no veríamos los errores de un Pedro que se equivoca, no seríamos
capaces de imitar la fidelidad de un Pablo lleno de valentía. Un laico
ignorante será siempre funesto para una iglesia, pero un laico que lee la
Biblia puede salvar una iglesia de la ruina. Leamos siempre la Biblia,
diariamente y con oración fervorosa, y hagamos que su contenido se nos vuelva
familiar. No recibamos nada, no creamos nada, no sigamos nada que no esté en la
Biblia ni pueda ser probado con la Biblia. Que la Palabra escrita de Dios sea
nuestra regla de fe, nuestra piedra de toque para toda enseñanza …
2. En segundo lugar, suplico a todos
los que leen este artículo que estén
siempre prontos a contender por la fe de Cristo, si es necesario. No
recomiendo a nadie que abrigue una actitud controversial, ni deseo que sea como
Goliat paseándose de un lugar a otro mientras grita "Escoged de entre
vosotros un hombre que venga contra mí". Realmente, estar siempre
alimentando la controversia es algo bajo, como alimentarse de huesos. Pero también
debo decir que nunca el amor a una paz engañosa debería impedir que luchemos
celosamente contra la doctrina falsa y procuremos promover la verdadera
doctrina donde nos sea posible. El verdadero evangelio en el púlpito, el
verdadero evangelio en toda misión que apoyamos, el verdadero evangelio en los
libros que leemos, el verdadero evangelio en los amigos que nos acompañan – que
sea esta nuestra meta y que nunca nos avergoncemos de permitir que las personas
lo vean.
3. En tercer lugar, ruego a todos los
que leen este artículo que mantengan una
vigilancia celosa sobre sus propios corazones en estos tiempos de
controversia. Hay mucha necesidad de esta advertencia. En el calor de la
batalla podemos olvidarnos de nuestro propio hombre interior. Ganar en
discusiones no es siempre una victoria sobre el mundo o sobre el diablo. Que la
mansedumbre de San Pedro, al recibir la reprobación, sea tan buen ejemplo para
nosotros como la osadía de Pablo al reprobar. Feliz el cristiano que puede
llamar a quien lo reprende "amado hermano" (2 Pedro 3: 15). Luchemos
por ser santos en todas nuestras conversaciones y no menos en nuestro mal
genio. Trabajemos para mantener una comunión ininterrumpida con el Padre y con
el Hijo, manteniendo constantes los hábitos de la oración privada y la lectura
bíblica. Así estaremos armados para la batalla de la vida, y tendremos la
espada del Espíritu bien encajada en la mano cuando venga el día de la
tentación.
4. Finalmente, suplico a todos los
miembros de la Iglesia Anglicana, a quienes saben lo que es la verdadera
oración, que oren diariamente por la
iglesia a la cual pertenecen. Roguemos que el Espíritu Santo sea derramado
sobre ella y que su candelero no sea quitado de su lugar. Oremos por aquellas
iglesias en las cuales no es predicado el evangelio ahora, que pasen pronto las
tinieblas y que la verdadera luz brille sobre ellas. Oremos por aquellos
ministros que ahora no conocen ni predican la verdad, que Dios quite el velo de
sus corazones y les muestre un camino más excelente. Nada es imposible: Pablo,
el apóstol, fue una vez un fariseo perseguidor; Lutero fue una vez un monje sin
la verdadera luz; el obispo Látimer fue antes un papista fanático; Tomás Scott
era antes totalmente opuesto a la verdad evangélica. Nada, repito, es
imposible. El Espíritu puede hacer que los ministros prediquen el evangelio que
ahora luchan por destruir. Estemos siempre listos en oración.
Recomiendo
que se preste mucha atención a los asuntos tratados en este artículo, meditemos
bien en nuestros corazones respecto a ellos, pongámoslos diariamente en
práctica. Si hacemos esto, habremos aprendido algo de la historia de San Pedro en Antioquía.
– Este artículo fue escrito por Juan Carlos Ryle y aparece en Pregonero de
Justicia Vol. 5 #1. El
Obispo Ryle fue uno de los valientes defensores del cristianismo en la Iglesia
de Inglaterra a mediados del siglo XIX. "La Falibilidad de los
Ministros" es un capítulo de su libro, titulado Warnings to the Churches (Amonestaciones para las iglesias).